El encanto
“El encanto”, como suele pasar con los relatos tradicionales y especialmente en los orientales, tiene diversas interpretaciones. Las texturas oníricas o fantásticas desconocen la predecible rutina de la aritmética y permiten (como algunos escenarios de la Física) ser y nos ser al mismo tiempo.
El encanto
Este cuento es de la época de la dinastía Tang: Siglos VII-X.
Chienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y apuesto. Habían crecido juntos y, como el señor Chang Yi quería mucho al muchacho, dijo que lo aceptaría de yerno. Ambos escucharon la promesa, y como estaban siempre juntos, el amor aumentó día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre no lo advirtió. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija y el señor Chang Yi, olvidando su antigua promesa, consintió.
Chienniang, debiendo elegir entre el amor y el respeto que le debía a su padre, estuvo a punto de morir de pena. El joven estaba tan despechado que decidió abandonar el país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y le comunicó a su tío que debía marchar a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero, regalos, y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, pasó cavilando todo el tiempo de la fiesta, diciéndose que era mejor partir y no empeñarse en un amor imposible.
Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas millas cuando cayó la noche. Le dijo al marinero que amarrara la embarcación y que descansaran, pero por más que se esforzó no pudo conciliar el sueño. Hacia la medianoche, oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó:
—¿Quién anda ahí a estas horas de la noche?
—Soy yo, soy Chienniang.
Sorprendido y feliz, Wang Chu la hizo entrar a la embarcación. Ella le dijo que el padre había sido injusto con él y que no podía resignarse a la separación. También ella había temido que Wang Chu, en su desesperación, se viera arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la cólera de los padres y la reprobación de la gente y había venido para seguirlo a donde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szechuen.
Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias de la familia y Chienniang pensaba cada vez más en su padre. Esa era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no, y una noche le confió a Wang Chu su pena.
—Eres una buena hija —dijo él—, ya han pasado cinco años y se les debe de haber pasado el enojo. Volvamos a casa.
Chienniang se regocijó y se aprestaron a regresar con los niños.
Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Chienniang:
—No sabemos cómo encontraremos a tus padres. Déjame ir antes a averiguarlo.
Al divisar la casa, sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chang Yi lo miró asombrado y le dijo:
—¿De qué hablas? Hace cinco años Chienniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.
—No comprendo —dijo Wang Chu—, ella está perfectamente sana y nos espera a bordo.
Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Chienniang.
La encontraron sentada en la embarcación bien ataviada y contenta. Maravillada, las doncellas volvieron y aumentó el asombro de Chang Yi.
Entretanto, la enferma había oído las noticias y parecía haberse curado: sus ojos brillaban con una nueva luz. Abandonó el lecho y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra se dirigió a la embarcación.
La que estaba a bordo iba hacia la casa: se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y solo quedó una Chienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios.
Por más de cuarenta años, Wang Chu y Chienniang vivieron juntos y fueron felices.
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Anónimo
Había una vez... un imaginario colectivo
Un elemento decisivo en la conformación del individuo y, por lo tanto de los pueblos en sí, son los cuentos tradicionales, esos que a los más afortunados nos contaban nuestras abuelas o nuestras madres cuando pequeños y que en las últimas décadas fueron suplantados y/o compensados progresivamente por los dibujos animados y las historietas. Historias de fantasía y heroísmo, con héroes y villanos, brujas y hadas, animales parlanchines y demonios perversos que imponen pruebas imposibles; los cuentos tradicionales dejan su marca tan indeleble como transparente en la conciencia de los pueblos. Cada cultura posee un imaginario que la define y a cada imaginario le corresponden sus propias historias...