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Año 1 #6 Marzo 2015

Jardín de infancia

En los relatos de Naguib Mahfuz nos saluda un espíritu inquieto, por momentos incluso con demasiado que contar, pero con la paciencia y el macerar de una literatura madura.

Las religiones son una contestación posible a las preguntas que el hombre se ha hecho desde que tuvo la posibilidad de hacérselas. Encierran una visión del universo, de la divinidad y de él mismo. Aunque, en lo cotidiano, suelen ser más el manto protector y cálido de una tradición que nos ofrece una identidad.

Jardín de infancia

—Papá...

—¿Qué?

—Yo y mi amiga Nadia siempre estamos juntas.

—Claro, mujer, porque es tu amiga.

—En clase... en el recreo... a la hora de comer...

—Estupendo... es una niña buena y juiciosa.

—Pero en la hora de religión yo voy a una clase y ella a otra.

Miró a la madre y vio que sonreía, ocupada en bordar un mantel. Y dijo, sonriendo también:

—Sí... pero sólo en la clase de religión...

—¿Y por qué, papá?

—Porque tú eres de una religión y ella de otra.

—Pero, ¿por qué, papá?

—Porque tú eres musulmana y ella cristiana.

—¿Y por qué, papá?

—Eres aún muy pequeña, ya lo comprenderás...

—No, ¡soy mayor!

—No, eres pequeña, cariñito...

—¿Y por qué soy musulmana?

Debía ser comprensivo y delicado: no faltar a los preceptos de la pedagogía moderna a la primera dificultad. Contestó:

—Porque papá es musulmán... mamá es musulmana...

—¿Y Nadia?

—Porque su papá es cristiano y su mamá también...

—¿Porque su papá lleva gafas?

—No... Las gafas no tienen nada que ver. Es porque su abuelo también era cristiano y...

Siguió con la cadena de antepasados hasta aburrirse. Trató de cambiar el tema pero la niña preguntó:

—¿Cuál es mejor?

Dudó un momento antes de contestar:

—Las dos...

—¡Pero yo quiero saber cuál es mejor!

—Es que las dos lo son.

—¿Y por qué no me hago cristiana para estar siempre con Nadia?

—No, cariñito, es mejor que no. Hay que ser lo mismo que papá y que mamá...

—¿Y por qué?

Francamente: la pedagogía moderna es tiránica.

—¿Por qué no esperas a ser mayor?

—No ¡Ahora!

—Bien. Digamos que por gusto. A ella le gusta más una y tú prefieres la otra. Tú eres musulmana y ella tiene otro gusto. Por eso tienes que seguir siendo musulmana.

—¿Nadia tiene mal gusto?

Dios confunda a ti y a Nadia. Había metido la pata a pesar de las precauciones. Se lanzó sin piedad al cuello de una botella.

—Sobre gustos no hay nada escrito. Lo único imprescindible es seguir siendo como papá y mamá...

—¿Puedo decirle que ella tiene mal gusto y yo no?

Salió al paso:

—Las dos son buenas: tanto el Islam como el Cristianismo adoran a Dios.

—¿Y por qué yo lo adoro en una habitación y ella en otra?

—Porque ella lo adora de una manera y tú de otra.

—¿Y cuál es la diferencia, papá?

—Ya lo estudiarás el año que viene o el otro. Por el momento conformate con saber que Islam y Cristianismo adoran a Dios.

—¿Y quién es Dios, papá?

Se detuvo, reflexionó un segundo y preguntó, extremando las precauciones:

—¿Qué les ha dicho Abla?

—Lee la azora y nos enseña a rezar, pero yo no sé. ¿Quién es Dios, papá?

Se quedó pensando con sonrisa torcida. Luego:

—Es el creador del mundo.

—¿De todo?

—De todo.

—¿Qué quiere decir Creador, papá?

—Quiere decir que lo ha hecho todo.

—¿Cómo, papá?

—Con su sumo poder.

—¿Y dónde vive?

—En todo el mundo.

—¿Y antes del mundo?

—Arriba...

—¿En el cielo?

—Sí...

—Quiero verlo.

—No se puede.

—¿Ni en la televisión?

—No.

—¿Y no lo ha visto nadie?

—Nadie.

—¿Y por qué sabes que está arriba?

—Porque sí.

—¿Quién adivinó que estaba arriba?

—Los profetas.

—¿Los profetas?

—Sí, como nuestro señor Mahoma.

—¿Y cómo, papá?

—Por una gracia especial.

—¿Tenía los ojos muy grandes?

—Sí.

—¿Y por qué, papá?

—Porque Dios lo creó así.

—¿Y por qué, papá?

Contestó tratando de no perder la paciencia:

—Porque puede hacer lo que quiere...

—¿Y cómo dices que es?

—Muy grande, muy fuerte, todo lo puede...

—¿Como tú, papá?

Contestó disimulando una sonrisa:

—Es incomparable.

—¿Y por qué vive arriba?

—Porque en la Tierra no cabe, pero lo ve todo.

Se distrajo un momento, pero volvió:

—Pues Nadia me ha dicho que vivió en la Tierra.

—No es eso; es que lo ve todo como si viviese en todas partes.

—Y también me ha dicho que la gente lo mató.

—No, está vivo, no ha muerto.

—Pues Nadia me ha dicho que lo mataron.

—Qué va, cariñito, creyeron que lo habían matado pero estaba vivo.

—¿El abuelo también está vivo?

—No, el abuelo murió.

—¿Lo han matado?

—No, se murió.

—¿Cómo?

—Se puso enfermo y se murió.

—Entonces ¿mi hermana va a morirse?

Frunció las cejas y contestó advirtiendo un movimiento de reproche del lado de la madre:

—Ni mucho menos, ella se curará si Dios quiere...

—¿Por qué se murió entonces el abuelo?

—Porque cuando se puso enfermo era ya mayor.

—¡Pues tú eres mayor, has estado enfermo y no te has muerto!

La madre lo miró regañona. Luego pasó la vista de uno a otro azorada. Él dijo:

—Nos morimos cuando Dios lo dispone.

—¿Y por qué dispone Dios que nos muramos?

—Porque es libre de hacer lo que quiere.

—¿Es bonito morirse?

—Qué va, mi vida.

—¿Y por qué Dios quiere una cosa que no es bonita?

—Todo lo que Dios quiere para nosotros es bueno.

—Pero tú acabas de decir que no lo es.

—Me he equivocado, querida.

—¿Y por qué mamá se ha enfadado cuando he dicho que por qué no te habías muerto?

—Porque todavía no es la voluntad de Dios que yo muera.

—¿Y por qué no, papá?

—Porque Él nos ha puesto aquí y Él nos lleva.

—¿Y por qué, papá?

—Para que hagamos cosas buenas aquí antes de irnos.

—¿Y por qué no nos quedamos siempre?

—Porque si nos quedásemos no habría sitio para todos en la tierra.

—¿Y dejamos las cosas buenas?

—Sí, por otras mucho mejores.

—¿Dónde están?

—Arriba.

—¿Con Dios?

—Sí.

—¿Y lo veremos?

—Sí.

—¿Y eso es bonito?

—Claro.

—Entonces, ¡vámonos!

—Pero aún no hemos hecho cosas buenas.

—¿El abuelo las había hecho?

—Sí.

—¿Cuáles?

—Construir una casa, plantar un jardín...

—¿Y qué había hecho el primo Totó?

Por un momento se puso sombrío. Echó a la madre furtivamente una mirada desvalida, luego contestó:

—Él también había construido una casa, aunque pequeña, antes de irse...

—Pues Lulú el vecino me pega y nunca hace cosas buenas...

—Es que él ha nacido anormal.

—¿Y cuándo va a morirse?

—Cuando Dios quiera.

—¿Aunque no haga cosas buenas?

—Todos tenemos que morir. Los que hacen cosas buenas se van con Dios y los que hacen cosas malas se van al infierno.

Suspiró y se quedó callada. El padre se sintió materialmente aliviado. No sabía si lo había hecho bien o si se había equivocado. Aquel torrente de preguntas había removido interrogaciones sedimentadas en lo más hondo de sí. Pero la incansable criatura gritó:

—¡Yo quiero estar siempre con Nadia!

La miró inquisitivo y ella declaró:

—¡En la clase de religión también!

Se rió estrepitosamente, la madre también rió, él dijo bostezando:

—Nunca imaginé que fuera posible discutir estas cuestiones a semejante nivel...

Habló la mujer:

—Llegará el día en que la niña crezca y puedas razonarle las verdades.

Se volvió para comprobar si aquellas palabras eran sinceras o irónicas y la encontró enfrascada en el bordado.

  • Naguib Mahfuz
    Mahfuz, Naguib

    Naguib Mahfuz (1911/2006) fue un escritor egipcio, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1998.

    Muy de joven se interesó por la literatura medieval y arábiga, escribiendo durante su época de estudiante en varias revistas especializadas. Para perfeccionarse en el idioma inglés tradujo la obra de James Baikie El antiguo Egipto en 1932 y una vez graduado en filosofía (1934) en la universidad Rey Faruk I (hoy universidad de El Cairo), escribió más de ochenta relatos durante los seis años siguientes.

    Su primer trabajo publicado es Susurro de locura (1938). Desde 1939 a 1954 completó tres volúmenes de una proyectada serie histórica de cuarenta novelas sobre el período faraónico, abandonando el proyecto para dedicarse a novelas con contenido social, nutriéndose para ello de la realidad circundante.

    Simultáneamente escribe varios guiones para cine. Entre dos palacios (1956), La azucarera (1956) y Palacio del deseo (1957) integran la Trilogía de El Cairo, serie de gran éxito que refleja la convulsión que siguió al derrocamiento de la monarquía en 1952. Otros títulos son Chicos de Gebelawi (1959), El ladrón y los perros (1961) y Miramar (1967).

    Se desempeñó como funcionario en diversas áreas del gobierno de su país y en 1972 recibió el Premio Nacional de las Letras Egipcias y el Collar de la República, el más alto honor de su nación. Considerado el padre de la prosa árabe contemporánea, en 1988 recibe el premio Nobel de literatura siendo el primer árabe distinguido con este galardón, aunque contaba ya con el reconocimiento de la crítica mundial como uno de los más destacados narradores del mundo islámico atento a que, entre otros méritos, no existen antecedentes de “novelas” (en el sentido actual) dentro de la literatura árabe a pesar de su abundante narrativa.

    La única aproximación al género corresponde a Zainab (1913), del egipcio Haykal, seguido luego por otros que abordaron el ignorado género de la ficción (Taha Hussein, Abbas Al-Aqqad, Ibrahim Al-Mazini y Tawfiq Al-Hakim). Sin embargo la novela propiamente dicha llegaría una generación más tarde de la mano de su talento al publicar su primer trabajo en 1939.

    Mahfuz es a la literatura árabe lo que Flaubert a la novela moderna: su iniciador. Desde entonces ha escrito más de treinta colecciones de cuentos habiendo dedicado sus últimos años a la novela, a razón de una por año.

    Entre sus títulos se destacan Principio y fin (1949) ambientada entre 1933 y 1938 en la que describe una imagen densa y dinámica de la realidad durante la monarquía, El callejón de los milagros (1947) situada en los años cuarenta en el callejón Midaq, pleno centro de la capital, en el que describe a los personajes típicos de la ciudad (el vendedor de caramelos, la panadera, el dentista, el barbero, el comerciante y la hermosa Hamida, joven y ambiciosa), llevada al cine por el director mexicano Jorge Fons (1995) quien la ambienta en México; el film obtiene el premio Goya, y Charlas de mañana y tarde, esta última una suerte de novela histórica que reseña los principales sucesos de su pueblo entre los siglos XVIII y XX a través de seis generaciones de una misma familia entremezclando épocas sin variar el tiempo narrativo.

    Interpretó como nadie los conflictos y anhelos de su nación, al punto de convertirse en el paradigma de su esperanza. Ha reflejado lúcidamente la realidad de una cultura que vive entre la tensión de ser fiel a sí misma, las influencias externas y la búsqueda de una imprescindible síntesis entre ambas. Sus obras deambulan entre monólogos interiores apelando al absurdo, y han sido adaptadas al cine, teatro y televisión (sus personajes son familiares en Egipto), alcanzando notoriedad mundial en razón de que su temática transita la realidad de su pueblo pero la excede, alcanzando la esencia de la naturaleza humana. Prueba de ello es la favorable acogida de su obra en otras culturas.

    Es columnista del periódico Al Ahram Weekly de lengua inglesa, su obra ha sido traducida a más de veinticinco lenguas.

    En 1994 es atacado por fundamentalistas y herido con un cuchillo en el cuello lo que le provocó serios daños en la visión, la audición y una parálisis del brazo derecho.

    Mahfuz falleció el 30 de agosto de 2006.